quarta-feira, 9 de maio de 2012

Os marxistas e o capitalismo no século XXI








LOS MARXISTAS Y EL CAPITALISMO EN EL SIGLO XXI

- José Cademartori (*) -

José Cademartori, economista y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile



Caracas, 24 abr. 2012, Tribuna Popular TP.- Con el objetivo de seguir aportando a la batalla de las ideas, Tribuna Popular publica el siguiente artículo escrito por el economista chileno, José Cademartori, aparecido en la Revista Teórica “Principios” del Partido Comunista de Chile en la edición de noviembre del 2010.



LOS MARXISTAS Y EL CAPITALISMO EN EL SIGLO XXI

José Cademartori



Sumario:

1. Los descubrimientos de Marx y Engels sobre el capitalismo en el siglo XIX.

2. Los cambios y los desafíos del proletariado en el siglo XXI.

3. La burguesía mundial contra la unidad de los trabajadores.

4. El socialismo real: condena total o balance objetivo.

5. China y Vietnam, el socialismo de mercado.

6. La crisis económica y financiera y los cambios en la correlación de fuerzas mundiales.

7. Los cambios mundiales favorecen a América Latina.

8. Chile, un campo de batalla, inestable e incierto.

1. Los descubrimientos de Marx y Engels sobre el capitalismo siglo XIX

Cumplido ya el primer decenio del nuevo siglo, vale la pena establecer algunos de los rasgos actuales que muestra el régimen del capital, a consecuencia de las grandes transformaciones que ha experimentado, desde que Carlos Marx dedicara su vida a caracterizarlo.

En primer lugar lo definió como un régimen de clases opuestas, en el que una de ellas se sitúa como dominadora y explotadora de las demás. En tal sentido, la burguesía y su régimen son los continuadores de la aristocracia feudal y esclavista que la antecedieron. Marx concluyó que el capitalismo sería históricamente transito-rio. Para refutar esta tesis, Fukujama sostuvo que el capitalismo había triunfado, que era la culminación de la evolución humana o “el fin de la historia”, lo cual tuvo un rechazo generalizado.

Además, Marx formuló la tesis de que el sistema burgués, a través del desarrollo de sus contradicciones económicas y sociales, daría paso a un nuevo régimen cuya misión sería poner en concordancia las formas cada vez más sociales o colectivas de la producción, incluso internacionales, con nuevas formas también sociales o colectivas de la distribución de la riqueza. Esto exigiría profundos cambios en la dirección y el modo de producción y en la propiedad de los medios de producción. Como se sabe, el maestro de Tréveris no abundó en los pormenores de este tema. No pretendía ser profeta. Construir y definir el nuevo sistema sería tarea de las nuevas generaciones. Quería separarse categóricamente de los socialistas utópicos de su tiempo quienes, por nobles que fueran sus intenciones y geniales algunas de sus sugerencias, se ocupaban de elaborar modelos abstractos, sin tener en cuenta el movimiento terrenal de las confrontaciones entre las clases.

No obstante, a lo largo de su obra y también en los escritos de Engels, se encuentran fecundas observaciones sobre hechos históricos y prehistóricos, así como propuestas programáticas y tácticas que ayudan a orientarse a quienes aspiran a recoger, de una manera no dogmática, sus hallazgos.

Ante todo, para teóricos, académicos o intelectuales debiera ser una cuestión de principios participar y comprometerse personalmente en las luchas políticas de su tiempo. Así lo hicieron los fundadores del socialismo científico: Desde la célebre tesis sobre Feuerbach que refiere al deber de los filósofos, su participación en la revolución alemana del 48, su rol en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores; su relación con los partidos alemanes –los primeros grupos comunistas y luego con el partido obrero socialdemócrata– así como con líderes obreros de diversos países, pasando por sus análisis de la lucha de clases en Francia y en otros, o de su valoración de la Comuna de París, tanto en sus éxitos como en sus errores.

En segundo lugar se debe destacar que, a juicio de los autores del Manifiesto Comunista, el portador de la transformación revolucionaria de la sociedad, entre todas las clases explotadas, no podría ser otro que el proletariado. Marx y Engels destacaron la aparición del movimiento cartista como actor independiente en la política inglesa; analizaron la actuación de las corrientes obreras seguidoras proudonista y blanquista en Fran-cia; polemizaron con Bakunin y los anarquistas en la Internacional y con Lasalle en Alemania, y saludaron el despertar de los movimientos obreros en Rusia y EE.UU. Estaban conscientes de que la dimensión del moderno proletariado era aún pequeña y minoritaria en muchos países y por eso abogaron por la unidad con los campesinos y otras capas intermedias, entendiendo que el socialismo, como primera etapa del comunismo, requeriría alianzas de clase. Lenin, Mao Zedong, Ho Chi Min, entre otros de sus seguidores, practicaron exitosamente tal estrategia.

Marx acertó plenamente en prever que los asalariados (esos obreros modernos que carentes de la propiedad de los medios de producción no tenían más que arrendar su fuerza de trabajo por un salario para subsistir), constituirían la mayoría de la población activa en los países maduros del capitalismo. Y por tanto, bajo regímenes democráticos, la mayoría de la población formada por asalariados y otros sectores del mundo popular, podría conquistar el poder político y el legítimo derecho a defenderlo.

2. Los cambios y los desafíos del proletariado en el capitalismo en el siglo XXI

El capitalismo se despliega ahora aceleradamente en las grandes y medianas naciones de Asia Pacífico, India, el Medio Oriente, y América Latina e implanta sus bases en varios países de África. Se reconstruye en Europa Oriental, Rusia y sus antiguos territorios, después de un intermedio de cuarenta años. Este proceso conduce en el curso del siglo XXI a convertir al proletariado en la clase mayoritaria a nivel mundial. Contribuyen a ello procesos como la urbanización creciente de la población en las áreas atrasadas, la reducción relativa y hasta absoluta del campesinado y la diferenciación de las capas medias urbanas. Sometida a una gran inestabilidad y a tendencias contrapuestas, la mal llamada “clase” media se halla dividida entre una minoría que asciende y se asimila a la burguesía y una mayoría que experimenta una “proletarización” creciente, al depender de un empleo precario, como le ocurre a un segmento de técnicos y profesionales; o bien soporta una competencia sin cuartel como le sucede a artesanos, pequeños agricultores que terminan desplazados o explotados por los grandes capitalistas.

La composición de la clase asalariada ha experimentado notables cambios si la comparamos como era a mediados del siglo XX. El proletariado industrial en Europa, Norteamérica, Japón, debido al aumento de su productividad, redujo su peso numérico en relación a los asalariados de los servicios. En compensación se reproduce en mayor escala en los nuevos centros industriales de China, India, Indonesia, Tailandia y otros países asiáticos, así como en Medio Oriente (Turquía, Egipto) y en América Latina (Brasil, México, Argentina, Colombia y otras economías emergentes).

El crecimiento de las ramas de servicios como los supermercados, las cadenas y grandes tiendas, los transportes, comunicaciones, recreación o turismo, servicios de salud, la enseñanza, las finanzas, amplió el número y la proporción de la categoría de “empleados”, los cuales, a pesar de trabajar en oficinas y no en talle-res, se asemejan cada vez más en sus condiciones de trabajo y remuneraciones a los obreros fabriles. La anti-gua separación entre trabajo manual e intelectual se ha hecho más difusa por el uso generalizado de máquinas, herramientas, aparatos electrónicos, instrumentos, procesos semiautomáticos tanto en fábricas como en oficinas. Sólo una proporción reducida de los asalariados realiza un trabajo intelectual propiamente tal, en el sentido de creativo y variado, mientras la mayoría ejecuta una labor repetitiva, monótona y casi automática, bajo supervisión y disciplina. También hay que considerar la incorporación masiva de las mujeres, como asalariadas, a todo tipo de empresas capitalistas, sin que se hayan superado las diferencias de remuneración, la discriminación de género y la satisfacción de sus necesidades específicas. Finalmente, hay que destacar el aumento notable, legal e ilegal de las migraciones internacionales. En las industrias y en los servicios de muchos países, constituyen minorías significativas en los sitios de trabajo y mayoría en barrios urbanos degrada-dos. Deben laborar y convivir en un mismo sitio trabajadores de diferentes nacionalidades, idiomas, cultura, composición étnica y religiosa.

3. La burguesía mundial contra la unidad de los trabajadores

La burguesía en todos los países aprendió muy bien que los asalariados unidos, una vez conscientes de pertenecer a una misma clase sometida y desmedrada pero mayoritaria, constituyen el mayor peligro potencial para el capitalismo. De allí se lanzó a fondo en las últimas décadas, apelando a todos sus recursos, para impedirlo, fomentando todo tipo de divisiones entre ellos. Para eso emprendió una extensa ofensiva contra los sindicatos, principal blanco del neoliberalismo, puesta a prueba en el Chile de Pinochet y luego generalizado por Thatcher y Reagan en los países anglosajones, desde donde se extendió a todo el mundo. La guerra contra los sindicatos va desde la reducción de sus conquistas, leyes hostiles y métodos represivos para impedir su formación y ampliación, hasta la creación artificial de sindicatos apatronados o bien la multiplicación y atomiza-ción de los mismos; una intensa campaña ideológica destinada a incentivar el individualismo y denigrar la acción colectiva; una difusión mediática condenatoria de las huelgas, protestas públicas o manifestaciones calle-jeras masivas (sobre todo en servicios estratégicos) para aislarlos del resto de los trabajadores, con el fin de impedir la solidaridad de clase; el fomento de actividades distractivas, el consumismo, la difusión del alcohol y las drogas entre los más jóvenes para apartarlos de la lucha social o política; el recurso al machismo para so-meter a las trabajadoras; la exacerbación de las diferencias técnicas o profesionales y de remuneraciones para evitar las acciones comunes contra la patronal que los explota; la diferenciación de los obreros con contrato indefinido y beneficios sociales, de los que están a plazo fijo y a menudo hasta carentes de contrato de trabajo; el apoyo a las organizaciones neofascistas, el patrioterismo, los prejuicios raciales y a las diferencias religiosas o culturales; la demonización de los inmigrantes que la burguesía necesita y explota y a quienes, los elementos más atrasados de la clase culpan del desempleo y otros males. Todo vale para impedir la unidad de la clase trabajadora y su enfrentamiento a la clase dominante.

En las últimas décadas, la burguesía mundial obtuvo grandes éxitos en su guerra contra el proletaria-do. En un gran número de países ricos y medianos le arrebató conquistas históricas y continúa intentando mayores recortes en materias como el seguro de desempleo, la edad y requisitos para jubilar, la extensión de la jornada de trabajo, el nivel real de sueldos y salarios, el acceso a la educación y a la salud.

Disminuyó el número de sindicalizados y la fuerza de sus movimientos de resistencia. Los líderes de grandes federaciones se sometieron al poder y al “pensamiento único”, ideología compartida entre partidos políticos de derecha y de centro, al que devinieron colectividades socialdemócratas que abandonaron al sindicalismo a su suerte.

En buena parte del planeta, la gran burguesía, crecientemente monopólica y transnacionalizada, cosechó con creces estos cambios. Se incrementó la tasa de plusvalía. Se ensanchó el foso entre ricos y pobres. El PNUD en su informe de 2005 calculó que si el 10% de la población mundial más rica cediera tan sólo el 1,6% de su ingreso anual para un fondo mundial de redistribución, esa suma alcanzaría para sacar de la indigencia a los mil millones de habitantes del planeta que sobreviven con un dólar al día.

Al concentrar y controlar decenas o cientos de grandes compañías que a su vez dominan los más di-versos mercados, la oligarquía planetaria vive en un mundo separado del resto de los mortales, en ciudadelas protegidas, rodeada de un numeroso y variado séquito a su servicio, desde abogados, consejeros en impuestos, inversiones, asesores de imagen, médicos personales, operadores de sus medios privados de transporte, grupos de guardaespaldas y servidores domésticos de sus palacios. Son los señores feudales de esta época. Es una burguesía cosmopolita, con negocios en todo el globo, que se reúne periódica y privadamente como en el Club Bilderberg, para cuidar sus intereses comunes y los peligros que amenazan su poder. Ya no son sólo norteamericanos, alemanes o japoneses. Nuevos multimillonarios aparecen en Asia y América Latina, entre-mezclados con dictadores, monarcas, políticos que participan en el saqueo de las empresas públicas, el blinda-je de monopolios privados, la especulación y el fraude financiero, el soborno, el tráfico ilegal, la evasión tributa-ria en los paraísos fiscales.

Podría deducirse de estos resultados, que la burguesía y el capitalismo actualmente existente se han afianzado y la lucha de clases ha acabado con su victoria. Por el contrario, la confianza de grandes mayorías ciudadanas en el sistema económico y político está fuertemente erosionada. Las inequidades de todo orden que se derivan de la economía son cada vez más percibidas por el hombre común. No son casos aislados, el retorno de las grandes manifestaciones masivas y las huelgas generales en diversos países. No podría ser de otro modo, si hasta el FMI y la OIT en un documento conjunto admiten que la crisis económica mundial en sólo tres años (2007-2010) ha generado 30 millones de desocupados.

Según una encuesta divulgada por la BBC en noviembre de 2009 y efectuada en 27 países de todos los continentes, la insatisfacción con el capitalismo de libre mercado está muy difundida. Sólo el 11% de los consultados cree que funciona bien y no necesita nuevas regulaciones. El 51% coincidió en que el capitalismo tiene problemas y necesita reformas. Un 23% piensa que “el capitalismo está fatalmente condenado y se necesita un sistema económico diferente”. En varios países importantes la condena total fue aún más marcada, como en Brasil (35%) México (38%) y Francia (43%).

Por otro lado, hay una tendencia generalizada al aumento de la abstención de los ciudadanos por participar en los procesos electorales, demostrando su desconfianza en las corrientes o partidos dominantes del consenso neoliberal.

4. El socialismo real: condena total o balance objetivo

Un sondeo de Pew (La Tercera 8 Noviembre, 2009) en 9 países de Europa Oriental concluyó que “el fin de los gobiernos comunistas es todavía- diez años después- celebrado, pero con más reservas”. Al contestar la pregunta “¿Cómo está la gente hoy en relación a la etapa comunista?” las respuestas entre “mejor” y “peor” se repartieron así: Hungría, mejor, 8%; peor, 72%. Ucrania, mejor 12%; peor 62%. Bulgaria, mejor 13%; peor, 62%. Lituania, mejor, 23%; peor 48%. Eslovaquia, mejor, 28%; peor 48%. Rusia, mejor 33%, peor 45%. Chequia, mejor, 45%; peor, 39%. Polonia, mejor 47%; peor 45%. . Estas respuestas revelan que en seis de los ocho países encuestados, una amplia mayoría considera no haber mejorado su situación con el cambio hacia el capitalismo real. Las excepciones son Polonia y Chequia, donde los que parecen preferir la situación actual están en mayoría, aunque estrecha, frente a los que la repudian.

Las respuestas anteriores están en línea con la desilusión que se expresa a medida que han pasado los años desde el primer momento del cambio hacia la economía capitalista (de “mercado” como se la denomina por sus partidarios). Entre 1991 y 2009, en Hungría, la aprobación bajó de 80% al 46%; En Bulgaria se redujo del 73% al 53% y en Ucrania disminuyó del 52% al 36%. A la vez el apoyo a la democracia capitalista del conjunto de países encuestados se redujo de 76% al 52% (En Ucrania, del 72% al 30%). Respecto de Alemania, R. Wike, director del estudio Pew comentó: “Cada vez hay menos alemanes que ven la reunificación como algo muy positivo. Parte del entusiasmo inicial se desvaneció”.

La avalancha de críticas, denuestos, acusaciones y condenas contra aquellos regímenes ha sido de tal magnitud, que no hace falta aquí abundar en ellas. Por cierto hay una base real para considerarlas y estudiarlas. Es un hecho relevante que en todos los casos, a lo largo de la década de los ochenta, hubo tal descontento y confusión entre sus ciudadanos que los más fieles y lúcidos de sus reformadores quedaron en minoría y fueron sobrepasados por políticos que, renegando de los principios y valores que proclamaban, llevaron las reformas hacia el capitalismo. La crítica difundida en ciertos sectores de izquierda de que allí nunca hubo socialismo, no parece suficiente. Menos se puede afirmar que aquello era capitalismo. (¿Un capitalismo sin capitalistas?) Toda comparación con modelos teóricos o utópicos, no probados en la práctica, carece de sentido. Todavía hay pocos estudios objetivos, científicos y críticos, con los mismos métodos que enseñó Marx, estudios que expliquen a la vez sus éxitos y fracasos. La URSS y Europa Oriental constituyeron una primera experiencia histórica de socialismo de larga duración, un intento de un socialismo con seres humanos, con sus aciertos y defectos.

Las encuestas citadas permiten sacar la conclusión de que para los ciudadanos que vivieron antes y después del derrumbe, gozaron de no pocas ventajas o beneficios que el capitalismo, después de dos décadas, ha sido incapaz de superar o igualar. Se pueden mencionar, la seguridad de obtener empleo, amplio acceso a la educación y a la asistencia médica a mínimo costo para las familias, posibilidades de disfrute de la cultura y las artes, los deportes, disponibilidad de centros de recreación y descanso, vacaciones pagadas, igual-dad de salarios entre hombres y mujeres, jornadas de trabajo de ocho horas y menos, jubilación asegurada para todos, precios de bienes y servicios de consumo regulados e iguales en todo el país, transportes colectivos a bajo precio y pagos reducidos por la vivienda, incluidos servicios de agua, calefacción y electricidad.

La riqueza acumulada pertenecía abrumadoramente a la sociedad, no a individuos privados. Las diferencias de ingresos garantizaban índices de distribución más equitativos que en el capitalismo. En resumen, los males que el libre mercado ha traído –particularmente, la inseguridad, el desempleo, las desigualdades, la corrupción, el crimen organizado- son peores que las carencias atribuidas a los regímenes anteriores. De allí el considerable número de rusos, búlgaros, rumanos, polacos, ucranianos, albaneses que emigran año tras año hacia Occidente en busca, a veces frustrante, de lo más elemental, un puesto de trabajo.

En los años ochenta se cayó en el estancamiento económico, en el retraso tecnológico, y en la URSS, en el armamentismo, sumado a graves errores como Afganistán. Hacía falta mayor atención a las nuevas de-mandas de la población y a justos reclamos por el igualitarismo económico en perjuicio de profesionales y técnicos. Se requería mayor participación popular y de los trabajadores en todos los asuntos sociales y políticos.

5. China y Vietnam: El socialismo de mercado

En notorio contraste con lo ocurrido en Europa Oriental, los regímenes orientados al socialismo en China y Vietnam no sólo sobrevivieron y superaron serias crisis económicas y políticas, sino que se encaminan a paso acelerado hacia la modernización de sus atrasadas infraestructuras materiales y culturales. Sus gobernantes, a fines de los setenta, los primeros y a mediados de los ochenta los segundos, llevaron a cabo reformas concordantes con sus particularidades históricas, geográficas y demográficas y teniendo muy en cuenta la correlación mundial de fuerzas, alterada en aquella época. El concepto acuñado es el de un “socialismo de mercado”, con espacio delimitado para el capital privado y otras formas de propiedad de los medios de producción. Se conserva la propiedad pública (estatal, regional, municipal, de cooperativas, etc.) en áreas estratégicas, reafirmando sus objetivos socialistas. A diferencia radical de los países del este europeo y Rusia, los partidos comunistas mantienen el poder político, sin permitir a las corrientes pro capitalistas que allí existen, cambiar las bases del sistema. Todo indica que cuentan con amplio apoyo ciudadano.

En China, el crecimiento económico ininterrumpido de los últimos treinta años se ha materializado en notables mejoramientos de las condiciones de vida. Cientos de millones han salido de la indigencia y la pobreza. La desigualdad de los ingresos que se acentuó en los años noventa, ha disminuido en los últimos años, situando el coeficiente de Gini, según la OCDE, en 40,8 para el 2007, el cual revela que la desigualdad en China es notoriamente inferior a la de Chile, México y Brasil. (El Mercurio, 3 de Febrero de 2010). A la par, las empresas estatales, si bien se han reducido en número, se han vigorizado económica, financiera y tecnológica-mente, al punto de competir seriamente con algunas gigantescas corporaciones multinacionales. De las diez compañías con mayor valor de mercado en el mundo, tres son estatales chinas, mientras diez años atrás no aparecía ninguna. (Wall Street Journal, 25 de diciembre 2009). Por su parte, la República Popular cuenta con recursos presupuestarios y superávit de divisas de tal magnitud que se ha constituido en el primer acreedor del Tesoro norteamericano.

China comunista pasó a ocupar el segundo lugar mundial por sus dimensiones y se calcula que igualará a Estados Unidos antes del 2030. En el producto per cápita, supera ampliamente a la India y otros países de la región y a varios de Latinoamérica.

En la República Popular, desde el gobierno central, el partido comunista, los medios de comunicación, las organizaciones sociales, se discuten públicamente las deficiencias y los aspectos negativos del sistema. Las desigualdades, el deficiente respeto a los derechos ciudadanos, la corrupción, los abusos de algunos altos funcionarios, la contaminación ambiental, la limitada participación popular, entre muchos otros. Pero hay también sanciones y correcciones. Las encuestas no dejan dudas sobre la opinión de los chinos acerca de su gobierno y sistema imperante. La de la BBC-Universidad de Maryland concluyó que el 88% “está de acuerdo o conforme con la política del gobierno”. La Encuesta PEW estableció que el 66% aprueban su labor en asuntos importantes y el 86% apoyan la política gubernamental en general (El Mercurio, 30 Septiembre 2009).

La economía socialista de mercado ya fue prevista y propuesta por Lenin. Aceptaba diversas formas de existencia del capitalismo dentro de la URSS, pero regulado y controlado por el estado de proletarios y campesinos. Habría lucha y contradicciones entre ambos, pero también beneficios mutuos. Las experiencias china y vietnamita han sido exitosas, sobre todo porque el estado ha regulado, y orientado el desarrollo económico, sin permitir que las crisis mundiales del capitalismo, sobre todo la actual 2007-2010, hayan detenido sus metas de crecimiento. Con todo, aún no está resuelto el problema cardinal, quién vencerá a quien.

6. La crisis económica y financiera y los cambios en la correlación de fuerzas mundiales.

La Gran Recesión iniciada en EE.UU a fines de la primera década del siglo XXI y extendida rápida-mente a Europa y Japón, ha estremecido las bases del capitalismo más desarrollado. Se reconoce como la más profunda, desde la Gran Depresión. Su recuperación se presenta lenta y difícil. El sistema financiero inter-nacional estuvo a punto de sucumbir por el peso de sus deudas y la aguda escasez de medios de pagos.

Los principales gobiernos, sus bancos centrales y el FMI tuvieron que acudir a medidas sin preceden-tes para detener la oleada de masivas bancarrotas, corridas bancarias y parálisis productivas. La negativa de los grandes capitalistas a renunciar a sus privilegios, aceptar mayores impuestos o a asumir los costos con sus cuantiosas reservas y llevar a pérdida los créditos impagos, empujaron a los gobiernos a aumentar sus déficit presupuestarios y elevar peligrosamente sus deudas públicas. Para salir del pantano, los europeos están recurriendo a recortar los beneficios de la seguridad social, es decir, haciendo pagar a millones de trabajadores el costo de la salida de la crisis, además de los sacrificios que ya han soportado por los despidos, las pérdidas patrimoniales en sus ahorros y en sus viviendas, además del desempleo prolongado.

La Gran Recesión ha acentuado los cambios dramáticos y de largo alcance de comienzos del nuevo siglo; entre ellos la pérdida del protagonismo de EE.UU. en el escenario económico mundial. Uno de los cinco mayores cambios, desde el fin de la Guerra Fría, según el historiador Eric Hobswbaum. Sus déficits crónicos del presupuesto federal y de la balanza de pagos, expresiones del largo y profundo desajuste de la economía norteamericana, son más altos que nunca. El déficit fiscal año tras año sigue incrementando la deuda pública. De haber sido el mayor acreedor, ahora es el mayor deudor del mundo y depende para su financiamiento de China, Japón y otros de sus competidores. El dólar continúa desvalorizándose al punto que inéditos sistemas de compensación y otras monedas, como el euro, el oro, o el DEG (FMI) lo están sustituyendo o están en vías de establecerse. Por su parte, el poder de gigantescas corporaciones de Wall Street se ha debilitado, aunque algunas se han beneficiado. En 1999, siete de las diez compañías más ricas del globo eran estadounidenses. Diez años después sólo quedan cuatro. Algunos de sus grandes corporaciones industriales, financieras y tecnológicas quebraron, otras han debido vender parte de sus activos a capitales extranjeros. En otros casos Washington se ha convertido, sin quererlo, en el accionista mayoritario como en los casos de General Motors y el Citigroup.

De ser la única superpotencia al fin de la Guerra Fría, EE.UU se enfrenta a nuevos y fuertes competidores. Necesita recurrir al apoyo, aunque reticente, de sus aliados para sus aventuras militares, las cuales a duras penas puede financiar. La Unión Europea, con sus diferencias internas, también debilitada por la Gran Recesión, no está en condiciones de sustituir a EE.UU, ni tampoco de ser un aliado seguro. Japón se debate entre el estancamiento económico y tensiones con EE.UU por sus bases militares. Aunque a Washington no le faltan aliados incondicionales, surgen nuevos grupos de países que quieren y pueden sacudirse de sus presiones. Las llamadas potencias emergentes buscan apoyo mutuo como en el caso de los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) el grupo de Shanghai, la ASEAN, el ALBA y UNASUR.

Washington tiene que admitir el nuevo cuadro internacional. Del Grupo de los 5 se pasó al Grupo de los 7, luego al G-8 y ahora al G-20 que incorpora a las deliberaciones sobre la globalización a países del anti-guo tercer mundo, como China, India, Brasil, Argentina, México y otros países.

Es solo un comienzo. Aún queda por resolver la reforma de las Naciones Unidas y especialmente el excesivo poder de los estados con derecho a veto en Consejo de Seguridad, un nuevo sistema financiero inter-nacional y el nuevo orden en materias del medio ambiente.

La Unión Europea, después de decenios de negarse, aceptó reducir las cuotas y los derechos de voto de algunos de sus estados miembros en el FMI, para permitir el aumento de la participación de los países en desarrollo, aunque sin ceder a cambios más decisivos. Otro tanto debe ocurrir con la hegemonía norteamericana sobre el Banco Mundial.

7. Los cambios mundiales favorecen a América Latina

Por primera vez en la historia de los ciclos económicos del capitalismo, los países en desarrollo, no sólo no fueron los más golpeados, sino que tuvieron menos repercusiones negativas que los países industrializados y al parecer están saliendo más rápido de la recesión. Sólo aquellas economías como México, Centro-américa y el Caribe, muy dependientes de EE.UU. resultaron fuertemente dañadas.

La causa principal de este viraje histórico reside en la magnitud alcanzada por la economía china y por algunas otras del Este Asiático que han sostenido la demanda mundial por materias primas, contrarrestando con creces la caída del consumo en los países capitalistas centrales. Esto explica que en diversos casos los precios de los minerales y agropecuarios tuvieron una caída al comienzo de la crisis, pero se recuperaron pronto, a pesar de que la crisis económica y financiera continúa en los países desarrollados. De esta nueva situación mundial han resultado favorecidas naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas que han encontrado mercados potentes y en expansión para sus productos de exportación. A la vez disponen de mayor acceso a fuentes de aprovisionamiento de bienes de consumo, intermedios y de capital, gracias a los nuevos recursos de sus mayores exportaciones, a menores precios y asistencia crediticia y tecnológica.

El comercio entre la R.P. China y nuestro continente ha tenido un crecimiento espectacular en menos de un decenio, con elevados saldos comerciales favorables a nuestros países. De hecho China se ha convertido después de EE.UU, en el segundo socio comercial de Latinoamérica y ya ocupa el primer lugar en algunos casos como Brasil. Todos los pronósticos coinciden en que la demanda china, que a su vez arrastra a la región asiática, seguirá creciendo fuertemente, al menos por una década. Pekín se ha transformado en una fuente de capitales y créditos comerciales y para inversiones de largo plazo, así como otras formas de asociación y co-operación. Así lo muestran los cuantiosos préstamos otorgados a Venezuela, Cuba, Argentina, Brasil, Ecuador y Costa Rica, entre otros.

Una segunda causa del fortalecimiento económico de América Latina reside en la positiva utilización de los mayores recursos obtenidos por la mayoría de los gobiernos de la región en el período de auge de 2005-08. Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay aprovecharon la situación para establecer drásticos aumentos de la participación del estado en los ingresos de sus recursos naturales de exportación (petróleo, gas, hidroelectricidad), limitando las ganancias de las transnacionales.

Venezuela, a lo largo del decenio ha logrado reducir significativamente la extrema pobreza, el analfabetismo, la desnutrición infantil, la marginación escolar y el desempleo. Brasil, Argentina, Uruguay, mediante impuestos o retenciones a las exportaciones, acumularon considerable excedentes con los que redujeron drásticamente sus deudas externas y les permite independizarse de las presiones de Washington y del FMI-Banco Mundial. Brasil se ha dado el lujo de adquirir títulos de deuda del FMI. Chile constituyó fondos soberanos que le permitieron financiar aunque parcialmente, programas contra el desempleo y el empeoramiento de las condiciones de vida. Brasil implantó exitosos programas sociales a favor de millones sumidos en la extrema pobreza y amplió las acciones de instituciones financieras públicas. Perú también se benefició de los mejores precios de sus materias primas, pero su gobierno enfrenta un malestar creciente de la mayoría de la población, por el injusto reparto de tales beneficios.

Luego que EE.UU sufriera el histórico rechazo de su proyecto del ALCA en Buenos Aires, se despliega en el continente un movimiento hacia una mayor integración que abarcan áreas desde la infraestructura, el comercio mutuo y las relaciones financieras hasta el campo político y militar. Ejemplos de esta tendencia son la formación del ALBA, UNASUR, el fortalecimiento del MERCOSUR, proyectos de prescindir del dólar para sus intercambios regionales, el Banco del Sur y otras iniciativas.

En el curso del primer decenio del siglo XXI el largo predominio del modelo neoliberal entró en decadencia. Los nuevos gobiernos de izquierda y centro izquierda que han emergido con indiscutible respaldo popular y electoral tienen en común, en mayor o menor grado, la búsqueda de su independencia económica y política, la soberanía sobre sus recursos naturales, el despliegue de masivos pro-gramas sociales para los sectores más desfavorecidos, el reconocimiento de las etnias indígenas y mayor participación de los trabajadores y los ciudadanos en las decisiones gubernamentales, regionales y locales. En América del Sur, a fines del decenio se contaban en esta posición siete de los diez países que la integran y en Centroamérica, dos de sus seis integrantes. (Considerados sólo los esta-dos iberoamericanos) Este nuevo cuadro ha influido en la OEA, donde varios gobiernos caribeños se han sumado a una línea de mayor independencia, por lo cual Washington ya no puede imponer su política como antaño. UNASUR se levanta como un instrumento efectivo contra el separatismo y la superación de conflictos entre sus miembros, a pesar de las diferencias políticas entre sus integrantes. Otra expresión de esta tendencia es la creciente aceptación del proyecto de constituir, ampliando UNASUR, una nueva entidad continental, sin la presencia de EE.UU y Canadá.

Frente a los nuevos gobiernos de izquierda y centroizquierda, la actitud de las fuerzas tradicionales de derecha varía desde una extrema hostilidad, como en Venezuela y Bolivia, hasta una oposición cautelosa en otros casos, buscando debilitar desde dentro de los aparatos gubernamentales. Washington, a contrapelo del lenguaje cuidadoso de Obama, mediante sus aparatos militares, mediáticos, servicios encubiertos y con recursos de sus transnacionales, sostiene a la oposición derechista contra los nuevos gobiernos, refuerza su presencia militar en el continente, dispuesto a emplear sus fuerzas armadas para intervenir, donde le sea posible y necesario. El golpe de estado en Honduras (2009) que derrocó al Presidente Zelaya fue ejecutado con la complicidad de la base militar norteamericana en ese país y consumado mediante la elección ilegítima del Presidente Lobo, el cual mantiene una dura represión contra el pueblo en resistencia.

El fracasado intento de golpe de estado en Ecuador (2010) vuelve a recordar el poder que sectores retardatarios tienen para destruir las conquistas democráticas de los pueblos. La preservación y defensa de ellas, es la condición primerísima, de todos los avances y transformaciones sociales progresistas. También las fuerzas derechistas con financiamiento norteamericano promueven la coordinación de sus aparatos políticos a nivel continental y sostienen campañas simultáneas en los medios de comunicación. Se busca formar un frente común de gobiernos afines como los de Colombia, Perú, Panamá, México y Chile que sostenga la oposición en Cuba, Venezuela y los países del ALBA.

En América Latina, la confrontación entre el capitalismo de libre mercado y los nuevos mode-los con orientación socialista, o al menos de mayor presencia estatal progresista e independencia nacional marcará el curso político de los próximos años. Como lo han demostrado las elecciones de Octubre de 2009 en Venezuela, Brasil, y Perú, ninguna orientación política está consolidada, menos se puede afirmar que las conquistas son irreversibles. Habrá avances y retrocesos, algunos países cambiarán de bando, en uno y otro sentido, pero la actual tendencia hacia modelos alternativos tiene buenas posibilidades de afirmarse.

8. Chile, un campo de batalla, inestable e incierto.

El objetivo del 11 de Septiembre fue destruir la democracia constitucional que rigió hasta 1973 y que permitió al pueblo conquistar un Gobierno Popular en la perspectiva del socialismo. Un tal gobierno despertó enorme entusiasmo internacional. El golpe de estado reinstauró el capitalismo monopólico dependiente que estaba en peligro de perecer y borró las conquistas sociales que habían situado a Chile en los primeros lugares del continente. Los diez y seis años de dictadura pinochetista instalaron a sangre y fuego el modelo neoliberal, reforzado con un nuevo régimen político autoritario, establecido en 1980, mediante un fraude plebiscitario.

Los nuevos gobiernos que le siguieron dispusieron de dos decenios, para haber restablecido cambios sustantivos hacia la democracia y la justicia social, de acuerdo con el programa comprometido en 1990. Pero no lo hicieron. Aparte de algunos mejoramientos que permitieron reducir la miseria, más la eliminación de algunas cláusulas antidemocráticas aberrantes, los gobiernos de la Concertación se comprometieron a mantener la institucionalidad creada por la dictadura. Sus principales dirigentes adoptaron el neoliberalismo y lo profundizaron. Mientras la oligarquía sacaba provecho de es-tas inconsecuencias, acumulando un poder económico sin precedentes y extendiendo su influencia política, los partidos de la Concertación cayeron en el descrédito. El movimiento sindical, afectado por esa línea conciliadora, viene sosteniendo una dura batalla por independizarse del oficialismo, pero aún no recupera los niveles de influencia que tuvo en el pasado.

El descontento y la frustración ciudadana se han expresado en la renuencia a concurrir a las urnas, el rechazo a los partidos, la desconfianza generalizada en las instituciones. Bastó que una pequeña fracción del electorado ya no distinguiera el sentido de clase diferenciador entre las dos coaliciones y se dejara engañar por el populismo del candidato RN-UDI, para que se alterara el cuadro político nacional y latinoamericano. Una coalición derechista regresó a La Moneda por vía electoral, después de 50 años.

Con una actitud cautelosa, aparentemente conciliadora, un uso abusivo de gestos mediáticos, una tendencia a subordinar a su coalición derechista a sus decisiones, todo bajo la consigna de la “unidad nacional”, Piñera acentúa la política neoliberal, basada en nuevas privatizaciones, mayores privilegios al gran capital, reducción del ámbito público en salud, educación y otras áreas sociales y un reforzamiento de los aparatos represivos. A pesar del fuerte presidencialismo de nuestro régimen político, el gobierno depende de las decisiones del Congreso Nacional, donde el oficialismo no dispone de mayoría confiable, mientras se mantiene un equilibrio inestable con la oposición. Su apuesta es a la quiebra de la Concertación, a atraer a la DC y a parlamentarios proclives a la colaboración con el gobierno. Además el actual Parlamento tiende a convertirse en una fuerte caja de resonancia de los conflictos sociales, las demandas reivindicativas y las posiciones programáticas opositoras. A este nuevo rol contribuye la presencia de tres diputados comunistas, después de treinta y siete años de impedimentos forzados, elegidos con las primeras mayorías, en el marco de un acuerdo electoral del izquierdista Juntos Podemos con la Concertación. Mientras una minoría de dirigentes concertacionistas es proclive a continuar “la política de los consensos” con la derecha, otro sector mayoritario se propone realizar una oposición firme, con vistas a recuperar la confianza popular, desplazar a la derecha y re-tornar al gobierno en 2014.

Una imagen más realista de lo que puede esperarse en los próximos años ha sido formulada por un experto en el análisis de encuestas, vinculado a organismos de orientación derechista. (“Bicentenario: un país más conflictivo”, Revista del Sábado, El Mercurio, 4 de Septiembre 2010) Según Roberto Méndez (Adimark) Chile es hoy un país más conflictivo que hace algunos años atrás.

Hay un creciente nivel de enfrentamiento que no es sólo político, sino entre ricos y pobres, trabajadores y empresarios, entre Santiago y las regiones, entre hombres y mujeres, entre adultos y jóvenes, entre mapuche y el estado chileno. Las encuestas muestran que los más pobres están impacientes, los estudiantes se sienten frustrados, las regiones resentidas contra la capital, los jóvenes excluidos, los damnificados desesperados. Advierte que si bien es cierto que la movilización masiva, las huelgas y las marchas no tienen la envergadura de otros años, la sensación de mayor conflictividad existe. Concluye que esta aparente apatía puede estar acumulando tensiones que tarde o temprano pueden estallar.

(*) José Cadermartori fue ministro de Economía de gobierno del Presidente Salvador Allende y es miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile

(**) Articulo tomado de la Revista Teórica “Principios” del Partido Comunista de Chile de Noviembre del 2010









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Manoel Messias Pereira

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